¡Amo la adrenalina, me hace sentir viva!
Cada día que abro la puerta de mi casa y me lanzo por una sesión de entrenamiento significa correr por vías asfaltadas, cruzar calles, evitar peatones, frenar, continuar. Pareciera ser una loca contienda por mantener el ritmo promedio de trote frente a los obstáculos urbanos que nos presenta la ciudad. Sin embargo, a medida que los días pasan, que se repite el ejercicio, pareciera ser que no sólo mi cuerpo, sino que mi mente comenzara a lanzar destellos de anhelos por contar con otro escenario, con otras postales, otras sensaciones, aquellas que permitan escuchar pensamientos, disfrutar sin preocupación alguna del viento en la cara y sentirme libre.
Y es que conforme vas sumando kilómetros pareciera que también se suman otros aspectos como la determinación, el deseo, la confianza, elementos que nos llevan a querer correr por circuitos más audaces. Entonces surge la idea: ¿por qué no correr por la denominada Octava Maravilla del Mundo? Sí, me refiero al Parque Nacional Torres del Paine.
Pasaron dos días de esta fugaz idea, que lo cierto no fue tan fugaz sino más bien una forma de satisfacer mi necesidad de estar arriba de un avión rumbo a Punta Arenas. Una vez allá, nos subimos a un auto por tres horas rumbo a Puerto Natales, y luego dos horas adicionales para chocar de frente con una postal conmovedora. Tenía frente a mí los macizos de Torres del Paine.
El entorno, las sensaciones, la energía del lugar calan profundo. Creo que es la primera vez que experimento estar en los orígenes de nuestra esfera. ¿Pero cómo he llegado aquí?
Racing Patagonia, el proyecto que organiza Patagonian International Marathon, hace unos cuantos meses me presentó la idea de conocer la ruta de esta competición, Sin embargo, como corredora citadina tenía dudas y miedos. El cemento es lo mío, me repetía con ignorancia y prejuicios.
¡Ha llegado el momento! Nos indican desde el hotel Las Torres, lugar en que nos hospedamos, que el clima acompañará. Eso significa sólo una cosa: son las siete de la mañana y hay cuatro grados bajo cero allá afuera, veo todo escarchado, un cielo prístino a continuación, enormes columnas, bloques de piedra cubiertas por nieve casi adosados al hotel. Los turistas comienzan a salir aceleradamente, yo hago lo mismo, 2 cafés intensos para enfrentar las temperaturas exteriores y vamos que no me quiero perder la diversión.
La camioneta que nos dejará en el punto de partida para conocer los 21K del circuito ya calentó su motor, podemos partir. En ese trayecto majestuoso de colores nítidos se siente, se huele la nieve, las bajas temperaturas. Desde que comencé a correr, ¿cuantas veces he estado en esta situación?, me refiero a esa sensación de ansiedad, miedo, casi de supervivencia porque sé que no será fácil, pero desde muy adentro lo percibo, sólo quiero salir de esa camioneta para correr con todas mis fuerzas, con toda mi pasión, porque me siento más viva que nunca.
Es hora de comenzar el calentamiento, llevo puesta calzas cortas, largas, mangas, primera capa, segunda capa, cortaviento, parka, bandana, guantes. No, no es suficiente. Requiero entrar a la camioneta porque creo que no tolero el frío, necesito otro café, pero más cargado. Stjepan Pavicic es geólogo, montañista, organizador del evento, nacido en la zona, Además de haber estado a cargo de varias expediciones a glaciares por semanas, me explica que la clave está en moverse. ¨Karen debes encontrar el ritmo de movimiento que te genere calor¨.
Allá vamos nuevamente con más compromiso que convencimiento. El sitio de calentamiento me permite observar el lago Nordenskjold, con un tono particular, una calma única, entro en una especie de unión con el entorno, sólo escucho el viento y mis zancadas. Reflexiono: “no, no quiero perder esta sensación¨. Por lo que me quedo en mi ropa de competencia sin abandonar los guantes, la bandana para dar comienzo al trayecto del medio maratón que arranca en el mirador Nordenskjold y se extiende hasta Refugio Torres Central.
Es un obsequio a la razón, al corazón, una ofrenda de la naturaleza a nuestra esencia que sería un insulto absurdo desaprovechar, de modo que me permito abandonar esos pensamientos de ritmo por carrera, cuestionamiento de respiración, hidratación, fatiga, pero sobre todo aquellos relacionados con la dificultad del recorrido, porque identifico el privilegio de estar realizando lo que más me apasiona, correr en un sitio único. Observo con claridad los cuernos del Paine, el monte Almirante Nieto, el Lago Sarmiento, aquí la oxigenación es única. Decido mirar mi reloj voy marcando un ritmo de 3:30 el kilómetro. Si bien estoy en descenso, no creo haber logrado esos parciales en la ciudad.
Stjepan Pavicic aparece en la camioneta para indicarme que he finalizado el recorrido. Sentí como cuando te despiertan de un sueño de esos que no quieres que terminen. Sin embargo, cuento con la gran oportunidad de repetir la experiencia muy pronto, aunque no tengo muy claro si es cierto o simplemente se trata de un sueño del que no quiero despertar.